- Mar, 15 Nov 2022, 07:10
#1159
Nadie escuchaba a Margaret, quizás por ser una niña, cuando contó que había caído una bola plateada en el jardín de casa.
—Es de la abuela —afirmaba.
—¡Tíralo a la basura! —respondía su madre.
—¡Los regalos caídos del cielo no se tiran!
Los siguientes días nadie de la familia logró encontrar donde lo había escondido. Aprovecharon las horas de clase para entrar en su habitación, pero cada vez que lo hacían sufrían una terrible migraña.
Parecía no tener solución, hasta que cayó un quinto premio de la lotería, gracias al cual pudieron ir a comer todos juntos el domingo a uno de esos restaurantes que lo saludan de usted y sus servilletas no son de papel. Incluso les quedó para el parque de atracciones.
Margaret empezó a sacar buenas notas en la escuela, por lo que todos olvidaron el capítulo de ese regalo del cielo hasta que la bola plateada empezó a hablarle a la pequeña.
Primero eran susurros. Luego, una voz ronca advirtiéndole lo que tenía que hacer:
—Margaret... debes dejar que se vayan... todos.
Los niños son egoístas, y no hizo caso hasta que empezó a sufrir unos dolores de estómago que le dejó en cama el fin de semana con el abuelo. Sus padres, con lo que había quedado del premio, fueron de compras. De vuelta con el coche, discutieron si hubiera sido mejor comprar tal cosa en lugar de tal otra, el padre apartó la vista de la carretera y no vio como un camión invadió el carril golpeándolos de frente y arrancando el techo del automóvil.
El conductor salió ileso, pero la cabeza de su madre quedó encima del capó, contemplando como la del padre salía disparada para jamás ser encontrada.
—Es de la abuela —afirmaba.
—¡Tíralo a la basura! —respondía su madre.
—¡Los regalos caídos del cielo no se tiran!
Los siguientes días nadie de la familia logró encontrar donde lo había escondido. Aprovecharon las horas de clase para entrar en su habitación, pero cada vez que lo hacían sufrían una terrible migraña.
Parecía no tener solución, hasta que cayó un quinto premio de la lotería, gracias al cual pudieron ir a comer todos juntos el domingo a uno de esos restaurantes que lo saludan de usted y sus servilletas no son de papel. Incluso les quedó para el parque de atracciones.
Margaret empezó a sacar buenas notas en la escuela, por lo que todos olvidaron el capítulo de ese regalo del cielo hasta que la bola plateada empezó a hablarle a la pequeña.
Primero eran susurros. Luego, una voz ronca advirtiéndole lo que tenía que hacer:
—Margaret... debes dejar que se vayan... todos.
Los niños son egoístas, y no hizo caso hasta que empezó a sufrir unos dolores de estómago que le dejó en cama el fin de semana con el abuelo. Sus padres, con lo que había quedado del premio, fueron de compras. De vuelta con el coche, discutieron si hubiera sido mejor comprar tal cosa en lugar de tal otra, el padre apartó la vista de la carretera y no vio como un camión invadió el carril golpeándolos de frente y arrancando el techo del automóvil.
El conductor salió ileso, pero la cabeza de su madre quedó encima del capó, contemplando como la del padre salía disparada para jamás ser encontrada.