- Dom, 11 Dic 2022, 13:12
#1241
Vimos el anuncio en un cartel cerca de nuestro instituto e, ilusionados, decidimos llamar para concertar una cita. Que abriera un local de escape rooms en nuestro pequeño pueblo era lo más emocionante que había ocurrido en mucho tiempo.
Cuando entramos, la pareja que lo gestionaba se alegró de vernos, pues éramos sus primeros clientes. Con un acento un poco extraño, claramente extranjero, nos explicaron lo que nosotros ya sabíamos: el objetivo era escapar de la estancia haciendo uso de todas las pistas disponibles en menos de una hora. Nos advirtieron de que, para que la experiencia en aquella sala de temática extraterrestre fuera más inmersiva, nos introducirían en ella con los ojos vendados. Aceptamos, expectantes.
Fuimos guiados a ciegas a través de varios pasillos y habitaciones hasta que notamos un cambio en el ambiente: el suelo se volvió de tierra y soplaba una ligera brisa.
―Tenéis sesenta minutos desde ahora para salir ―nos recordó el dueño del negocio, desde la distancia―. Si es que podéis ―añadió con un tono enigmático y ligeramente burlón.
Extrañados, nos quitamos nuestras vendas. Lo que vimos nos dejó sin habla: nos encontrábamos ante un extenso paraje montañoso con una vegetación jamás vista y en el que predominaban unos colores extraordinarios.
Comenzamos a recorrer el terreno, preguntándonos unos a otros cómo era posible que ese basto paisaje estuviera dentro del local en el que habíamos entrado hacía tan solo unos minutos.
―Chicos, no veo la puerta de salida ―susurró de pronto uno de mis amigos.
Un escalofrío nos recorrió el cuerpo. Por más que buscamos, no había rastro de ningún portón.
Pasados los sesenta minutos de la prueba, nadie vino a por nosotros. Habíamos perdido la partida… y jamás pudimos escapar de aquel mundo que claramente no era el nuestro.
Cuando entramos, la pareja que lo gestionaba se alegró de vernos, pues éramos sus primeros clientes. Con un acento un poco extraño, claramente extranjero, nos explicaron lo que nosotros ya sabíamos: el objetivo era escapar de la estancia haciendo uso de todas las pistas disponibles en menos de una hora. Nos advirtieron de que, para que la experiencia en aquella sala de temática extraterrestre fuera más inmersiva, nos introducirían en ella con los ojos vendados. Aceptamos, expectantes.
Fuimos guiados a ciegas a través de varios pasillos y habitaciones hasta que notamos un cambio en el ambiente: el suelo se volvió de tierra y soplaba una ligera brisa.
―Tenéis sesenta minutos desde ahora para salir ―nos recordó el dueño del negocio, desde la distancia―. Si es que podéis ―añadió con un tono enigmático y ligeramente burlón.
Extrañados, nos quitamos nuestras vendas. Lo que vimos nos dejó sin habla: nos encontrábamos ante un extenso paraje montañoso con una vegetación jamás vista y en el que predominaban unos colores extraordinarios.
Comenzamos a recorrer el terreno, preguntándonos unos a otros cómo era posible que ese basto paisaje estuviera dentro del local en el que habíamos entrado hacía tan solo unos minutos.
―Chicos, no veo la puerta de salida ―susurró de pronto uno de mis amigos.
Un escalofrío nos recorrió el cuerpo. Por más que buscamos, no había rastro de ningún portón.
Pasados los sesenta minutos de la prueba, nadie vino a por nosotros. Habíamos perdido la partida… y jamás pudimos escapar de aquel mundo que claramente no era el nuestro.