- Lun, 05 Dic 2022, 05:54
#1222
Doctor, sabe muy bien que muero de miedo, que desde hace un tiempo no hallo salida al temible mal que me destroza los sentidos y me revienta la cabeza de remordimientos. Por eso vine con usted. No crea que es fácil para mi contarle a un desconocido la fatalidad de mi suerte y mis pensamientos que no me dejan en paz hasta llevarme, quizás, a un estado de locura que quiero, en lo posible, evitar.
Sabe, usted, que veo formas mutiladas de cuerpos humanos por toda mi casa; los encuentro en los pasillos, en el baño, en mi dormitorio; en cada rincón no hallo si no huesos roídos por ratas y gusanos, cabellos ensangrentados desperdigados por los muebles, por las paredes y el suelo; hay horribles cabezas cercenadas y deformadas por la descomposición, mirándome a los ojos con sus cuencas vacías.
Lo peor de todo —como si esas horrendas visiones no fueran suficientes para hacerme perder la cordura— ocurre durante las noches, cuando la oscuridad cubre de tinieblas cada estancia de mi casa. Es entonces cuando de aquellas partes humanas putrefactas se oyen voces, llantos, risas, y el susurro de sus maldiciones se transforma en gritos lastimeros. Inclusive, por momentos, se perciben pasos, a veces lentos, invisibles, como si anduvieran o se arrastraran por el suelo, buscando desesperadamente a su verdugo para conjurar su venganza.
Por eso, las noches son una pesadilla insoportable; el miedo que siento se hace tan intenso que no pocas veces he preferido estar muerto.
¿Qué puedo hacer para salvarme de la locura o de la muerte? Dígame, doctor ¡No calle! Usted, que ha sido testigo del ímpetu de mis impulsos… ¡Vamos! ¡No sea malo! ¿Acaso le he pegado muy fuerte? ¡Su sangre está caliente y aún le quedan sesos en las sienes!
Sabe, usted, que veo formas mutiladas de cuerpos humanos por toda mi casa; los encuentro en los pasillos, en el baño, en mi dormitorio; en cada rincón no hallo si no huesos roídos por ratas y gusanos, cabellos ensangrentados desperdigados por los muebles, por las paredes y el suelo; hay horribles cabezas cercenadas y deformadas por la descomposición, mirándome a los ojos con sus cuencas vacías.
Lo peor de todo —como si esas horrendas visiones no fueran suficientes para hacerme perder la cordura— ocurre durante las noches, cuando la oscuridad cubre de tinieblas cada estancia de mi casa. Es entonces cuando de aquellas partes humanas putrefactas se oyen voces, llantos, risas, y el susurro de sus maldiciones se transforma en gritos lastimeros. Inclusive, por momentos, se perciben pasos, a veces lentos, invisibles, como si anduvieran o se arrastraran por el suelo, buscando desesperadamente a su verdugo para conjurar su venganza.
Por eso, las noches son una pesadilla insoportable; el miedo que siento se hace tan intenso que no pocas veces he preferido estar muerto.
¿Qué puedo hacer para salvarme de la locura o de la muerte? Dígame, doctor ¡No calle! Usted, que ha sido testigo del ímpetu de mis impulsos… ¡Vamos! ¡No sea malo! ¿Acaso le he pegado muy fuerte? ¡Su sangre está caliente y aún le quedan sesos en las sienes!