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Bajo las montañas del Elba, en el sureste de Alemania se esconde uno de los materiales más preciados de la tierra y a la vez más extraños y peligrosos: el uranio.
En la década de 1960, una bolsa de uranio escondida dentro de las montañas se transformó en una productiva mina, y el elemento, utilizado como combustible para la fisión nuclear, se extrajo en sumas superiores a las 1000 toneladas por año. Pero en 1990, la producción de la mina Königstein había disminuido y gran parte de la mina se inundó como parte de un esfuerzo para limpiar los productos químicos ácidos utilizados para liberar el uranio de su estado natural, así como para extinguir cualquier daño asociado.
Con el tiempo, extrañas formas de vida comenzaron a moverse por el interior de la mina, lo que llevó a los guardias de seguridad del recinto a llamar a los científicos para analizar a los 'nuevos intrusos'.
Lo que encontraron fue algo extraño para la mayoría de nosotros pero no del todo para la ciencia. Unas biopelículas compuestas de microbios se habían apoderado del ambiente húmedo, oscuro, ácido e impregnado en uranio.
Unas formas serpenteantes naranjas y ácidas que parecían gusanos largos y delgados se balanceaba dentro de los canales de drenaje de los líquidos de desecho de la mina. Comunidades de limo similares a estalactitas marrones y blancas colgaban de los techos, creando la impresión de que las paredes se estaban derritiendo. En este lugar subterráneo, literalmente un páramo radiactivo, la vida había tomado lugar desenfrenadamente.

Crédito: I. Zirnstein et al, MicrobiologyOpen, 2012
Los microbios encontrados en los lodos incluían no solo bacterias unicelulares sino también eucariotas multicelulares. Investigadores de universidades cercanas en Dresden descubrieron amebas que alteran la forma, Heterolobosea con forma de calamar, stramenopiles con forma de tallo, flagelados con múltiples apéndices, ciliados con muchas formas y hongos rastreros. Los rotíferos dbelloides de 50 micrómetros de ancho y 200 micrómetros de largo fueron los microorganismos más grandes observados.
La diversa colección de vida microscópica había formado su propio ecosistema en un subsuelo privado de luz. En este lugar, tan ácido como el zumo de un limón, las bacterias acidófilas obtienen energía al reducir el hierro y el azufre, formando las viscosas estalactitas a medida que proliferan. Los eucariotas diminutos, como los flagelados, se alimentan de estas bacterias, que a su vez son consumidas por ciliados más grandes. Le siguen las amebas y los hongos, que consumen los microorganismos más pequeños o descomponen sus restos muertos. Rotíferos mucho más grandes son los comedores del ápice, consumiendo tanto detritos orgánicos como depredando protozoos. Se había creado una cadena de alimentación en toda regla.

La capacidad eucariótica y la cadena alimentaria altamente desarrollada asombraron a los investigadores. “Los eucariotas colonizan en mayor medida los hábitats extremos como se pensó originalmente y no solo están presentes, sino que pueden desempeñar un papel importante en el ciclo del carbono dentro de las comunidades de drenaje ácido de minas” , escribieron en 2012 .
La mina de uranio de Königstein no es el único entorno radiactivo extremo donde ha florecido una vida microscópica más avanzada. En 1991, los científicos descubrieron hongos negros que crecían en las paredes del diezmado reactor nuclear #4 en Chernobyl. El análisis posterior de estos hongos mostró que probablemente absorbían radiación y la convertían en energía química para el crecimiento. La vida puede prosperar en algunos de los lugares más fascinantes. ¿Podríamos encontrar ese tipo de microorganismos en otros planetas en un futuro no muy lejano?
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En la década de 1960, una bolsa de uranio escondida dentro de las montañas se transformó en una productiva mina, y el elemento, utilizado como combustible para la fisión nuclear, se extrajo en sumas superiores a las 1000 toneladas por año. Pero en 1990, la producción de la mina Königstein había disminuido y gran parte de la mina se inundó como parte de un esfuerzo para limpiar los productos químicos ácidos utilizados para liberar el uranio de su estado natural, así como para extinguir cualquier daño asociado.
Con el tiempo, extrañas formas de vida comenzaron a moverse por el interior de la mina, lo que llevó a los guardias de seguridad del recinto a llamar a los científicos para analizar a los 'nuevos intrusos'.
Lo que encontraron fue algo extraño para la mayoría de nosotros pero no del todo para la ciencia. Unas biopelículas compuestas de microbios se habían apoderado del ambiente húmedo, oscuro, ácido e impregnado en uranio.
Unas formas serpenteantes naranjas y ácidas que parecían gusanos largos y delgados se balanceaba dentro de los canales de drenaje de los líquidos de desecho de la mina. Comunidades de limo similares a estalactitas marrones y blancas colgaban de los techos, creando la impresión de que las paredes se estaban derritiendo. En este lugar subterráneo, literalmente un páramo radiactivo, la vida había tomado lugar desenfrenadamente.

Crédito: I. Zirnstein et al, MicrobiologyOpen, 2012
Los microbios encontrados en los lodos incluían no solo bacterias unicelulares sino también eucariotas multicelulares. Investigadores de universidades cercanas en Dresden descubrieron amebas que alteran la forma, Heterolobosea con forma de calamar, stramenopiles con forma de tallo, flagelados con múltiples apéndices, ciliados con muchas formas y hongos rastreros. Los rotíferos dbelloides de 50 micrómetros de ancho y 200 micrómetros de largo fueron los microorganismos más grandes observados.
La diversa colección de vida microscópica había formado su propio ecosistema en un subsuelo privado de luz. En este lugar, tan ácido como el zumo de un limón, las bacterias acidófilas obtienen energía al reducir el hierro y el azufre, formando las viscosas estalactitas a medida que proliferan. Los eucariotas diminutos, como los flagelados, se alimentan de estas bacterias, que a su vez son consumidas por ciliados más grandes. Le siguen las amebas y los hongos, que consumen los microorganismos más pequeños o descomponen sus restos muertos. Rotíferos mucho más grandes son los comedores del ápice, consumiendo tanto detritos orgánicos como depredando protozoos. Se había creado una cadena de alimentación en toda regla.

La capacidad eucariótica y la cadena alimentaria altamente desarrollada asombraron a los investigadores. “Los eucariotas colonizan en mayor medida los hábitats extremos como se pensó originalmente y no solo están presentes, sino que pueden desempeñar un papel importante en el ciclo del carbono dentro de las comunidades de drenaje ácido de minas” , escribieron en 2012 .
La mina de uranio de Königstein no es el único entorno radiactivo extremo donde ha florecido una vida microscópica más avanzada. En 1991, los científicos descubrieron hongos negros que crecían en las paredes del diezmado reactor nuclear #4 en Chernobyl. El análisis posterior de estos hongos mostró que probablemente absorbían radiación y la convertían en energía química para el crecimiento. La vida puede prosperar en algunos de los lugares más fascinantes. ¿Podríamos encontrar ese tipo de microorganismos en otros planetas en un futuro no muy lejano?
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